No se puede hablar de Miguel de Molina, sin recordar su juventud, porque es ahí donde encontramos las claves para comprender la rebeldía que transmitía por culpa de los sinsabores a los que la vida le había sometido desde muy pequeño. Ángel Ruiz, protagonista y autor del texto de Miguel de Molina, al desnudo, recapitula minuciosamente esos pasajes que marcaron su vida: el abandono del colegio religioso en el que estudiaba para trasladarse a Algeciras y trabajar de limpiador en un burdel; su acercamiento al bando republicano, un hecho que, junto a su condición homosexual, le pasaría factura con la llegada al poder de Franco; sus triunfos en Madrid y Valencia popularizando temas como Ojos verdes, Triniá, Te lo juro yo, La bien pagá; o su exilio a Buenos Aires, donde forjaría una estrecha amistad con Eva Perón. Es así como descubrimos la figura de un hombre que prefería mostrar la fortaleza a la debilidad: un canto a la vida que transforma el silencio en música.
La obra está planteada como si fuera una rueda de prensa. Una oportunidad que Miguel de Molina aprovecha para defender su verdad y mirar al pasado abiertamente. Las canciones están perfectamente encajadas en la historia gracias al buen hacer de César Belda que, lejos de parecer un popurri de temas elegidos al azar, complementan un texto enriquecido por los recuerdos.
La dirección de Juan Carlos Rubio, quien se ha encargado de ponernos a prueba pasando por distintos estados de ánimo, realiza una propuesta que huye del sentimentalismo y la compasión, de modo que no ahonda en la naturaleza dramática de un personaje tan complejo como Miguel de Molina, sino que nos muestra su lado más divertido. Pero esto no sería posible sin la brillante interpretación de Ángel Ruiz. No puedo más que alabar su trabajo: pleno de voz y sobrado de carácter interpretativo.
Supongo que no es fácil recurrir a la memoria para trazar un puente imaginario entre el pasado y el presente. Miguel de Molina es un personaje que encaja perfectamente en la sociedad actual, y por eso, con el paso de los años, sigue manteniendo su magnetismo. Lo difícil es traer desde Buenos Aires un trozito de su esencia, y parece que Jorge Javier Vázquez, estupendo conocedor de teatro, lo ha conseguido.
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