En 1964 de la mano de George Cukor llega a las pantallas My Fair Lady. En una noche lluviosa de 1912 el pudiente Henry Higgins (Rex Harrison) escucha el habla descuidada de la vulgar Eliza Doolittle (Audry Hepburn). Ella mendiga vendiendo flores y él hace gala de su talante. Un encuentro fortuito que desencadena en una apuesta por transformar a Eliza en una bella dama en el tiempo récord de seis meses.
Es la versión cinematográfica de la obra teatral Pigmalión del irlandés George Bernad Shaw escrita en 1913. Shaw criticaba la división de clases en la sociedad. Así, abogaba que la única diferencia que residía entre unos seres y otros eran aspectos tales como la manera de de expresarse, de andar o gesticular. El mal uso de la lengua inglesa por sus parlantes le sirve para comenzar con una historia que rescata la belleza de la calle.
El director George Cukor tomó esta obra para llevarla a la gran pantalla. Según la mitología griega el rey Pigmalión decidió no caer nunca en la redes del amor. Se dedicaba entonces a esculpir a una mujer bella y suave. Tan perfecta que terminó cayendo en su propia trampa. Se enamoró de su obra. En My Fair Lady el rey Pigmalión se viste del redicho señor Higgins y la escultura de mujer perfecta toma vida en la espontánea Eliza. Higgins se recrea en su figura idílica, Eliza, quien al final del film termina por sucumbir ante los encantos de su maestro, a diferencia de lo que sucede en la obra teatral.
Esta película, que se ha convertido en uno de los montajes de comedia musical más representados desde su estreno sobre las tablas, estuvo a punto de desintegrarse. Sí. El negativo original de la cámara con la que se rodó alcanzó un estado de descomposición como tantas otras películas de inicios del cine que se han perdido. Robert A. Harris y James C. Katz fueron sus restauradores. Dicha salvación dotó de vida eterna a esta historia que reflejaba la vida de los ciudadanos estadounidenses, esencial para las generaciones futuras.
My Fair Lady es el reflejo del mundo de las apariencias, del proceso de metamorfosis de una chica de la calle que pasa a convertirse en el estilo y el glamour personificado. Los espacios y escenografía incentivan esa idea de fantasía y estética. El juego con el color es permanente durante toda la película. Las escenas de las clases altas se reflejan con tonos claros mientras que el quehacer callejero presenta gamas grises y violetas marchitas. El glamour representado en colores vivos da un giro en la escena de la carrera de caballos compuesta de un decorado artificial, como la alta nobleza, dibujado en blanco y negro. Ambos colores conforman la elegancia que contrasta con el traje marrón de Higgins. Él incómodo intenta exculpar las expresiones de Eliza quien, cómoda en un ambiente que no es el suyo, es capaz de mostrarse tal y como es.
Ganadora de 8 Oscars, la película contó con una de las mayores campañas de marketing ideada por Jack Corner que hasta entonces se habían producido. Audry Hepburn fue la figura principal en torno a la cual giraba todo el estrellato. Polémica y fama se conjugaron en su persona. La actriz Julie Andrews candidata para el papel de Eliza Doolittle no pudo con la magia de Hepburn quien finalmente representaría a ese personaje. Pero, Andrews ganó en la batalla de los Oscars recibiendo el galardón a la mejor actriz ese mismo año por su personaje en Mary Poppins. La aventura de Audry no quedó ahí. Marni Nixon dobló su voz en sus intervenciones musicales, aspecto que crispó a la protagonista causandole uno de los mayores enfados durante la producción del largo. Hoy los integrantes de la película lo cuentan como una anécdota más.
Elegancia. Vulgaridad. Fantasía. Realismo. Ostentosidad. Naturalidad. Diálogos fulminantes que alzan la voz con aires románticos para destapar la infelicidad que rodea a las apariencias. No nos olvidemos del padre de Eliza, Alfred P. Doodlittle, del joven enamorado Frederik o del coronel Pickering que junto con el resto de personajes componen esta enseñanza de ternura dentro de un mundo contradictorio. “¿Dónde están mis zapatillas?”. Pícaro final. My fair lady hacía soñar.
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