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De Australia a Madrid en busca de la felicidad

By: Oct. 09, 2014
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Soy aficcionado a relacionar algunos momentos de mi vida con las películas que he ido registrando en mi memoria cinematográfica. Voy rumiando sobre esta idea al salir del Nuevo Teatro Alcalá donde he tenido la oportunidad de ver Priscilla. Reina del desierto. Las road movies o películas de carretera tienen el poder de convertir a sus personajes en verdaderos héroes; por aquello de ubicarse en el mundo, de buscar la propia identidad o de encontrar sentido a la vida. Me costaba creer que el gran estreno de la temporada, el musical con los mayores éxitos de la música disco - desde Tina Turner a Madonna - pudiera transmitir ese mensaje como lo hiceron las películas más emblemáticas de este género. Pero me equivoqué. La producción original que se representó en Londres no solo brilla en Madrid por su despliegue de trajes extraordinarios y el fabuloso autobús robotizado, sino porque la historia de sus tres personajes protagonistas conecta con la gente.

Pero más allá de aprovechar su poder metafórico para desarrollar la historia a través del desierto australiano, Priscilla es un musical para divertirse y ser feliz. Una producción ambiciosísima que a pesar de contar con 500 trajes, 150 pares de zapatos, 200 pelucas, lentejuelas, purpurina y un vestuario maravilloso que fascinará a cualquiera que valore los detalles artesanales (como los disfraces de cupcakes), tiene un notable desequilibrio entre sus dos actos. I will survive, que cierra la primera parte, tiene la fuerza coral que le falta al segundo acto, y que por momentos, me recuerda a la electrizante Sex is in the heel, de Kinky Boots.

Los tres protagonistas, con sus distintas personalidades, logran lucirse. Mariano Peña, que encarna a Bernadette, una transexual que espera poco de la vida, antepone su talento interpretativo (el cual conocemos todos) al dominio vocal que requiere un espectáculo como éste; el Tick de Jaime Zataraín es tierno y vulnerable (el mejor Ulises que podía capitanear este viaje), y la Felicia de Christian Escuredo es la frescura más allá de su aparente excentricidad. El actor, que delata un estado de ánimo entusiasta, está tan suelto en su encarnación de Felicia, que consigue dibujar al espectador una sonrisa en la cara nada más aparecer en escena.

El resto del elenco, realiza un gran trabajo de organización y saca adelante cada número a pesar del ajustado espacio escénico. Si bien es cierto que el público no tiene en cuenta tanto estos aspectos, ellos se esmeran por agrandar el show manteniendo el dinamismo a través de continuas entradas y salidas, cambios de vestuario en tiempo record y coreografías que transmiten buen rollo. Por otro lado, destacar a las tres divas (Patricia del Olmo, Rosana Carraro y Aminata Sow), con sus vuelos sobre el escenario a 16 metros de altura, enganchadas a los arneses de seguridad y dejando claro que vocalmente ellas son las que mandan.

No sé si una fiesta tan divertida como ésta es el mejor lugar para buscar respuestas interiores. Lo que sí tengo claro, y que confirmo de vuelta a casa, es que lo importante de la vida no es llegar a la meta en primer lugar, sino disfrutar del trayecto, crecer mientras se avanza. Yo avanzo de noche, aún con la música palpitando en mi cuerpo y celebrando la llegada de un nuevo musical que promete hacernos un poco más felices.



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