Anoche tuvo lugar en el Teatro Rialto de Madrid el concierto OLVIDEN BROADWAY, un homenaje al teatro musical desde la sátira, pero también desde la admiración, en el cual el talento actoral y musical se fundió a la perfección con el respeto no solo hacia el Musical, sino hacia las artes en general.
Desde el comienzo nos dimos cuenta de que no tenía nada que ver con otros conciertos de musicales. Los seis artistas principales interrumpieron la fiesta que el coro habia montado con el público para protestar y hacer un boicot al canto. Y ese boicot lo hicieron cantando, porque ser cantante es como ser zurdo, alto o rubio, por más que intentes disimularlo, siempre va a salir a flote. Fue en esta parte cuando, con mucho acierto, se habló del daño que el IVA había hecho a las artes escénicas, y no solo de eso se habló, sino que se reivindicó el derecho a reivindicar. Está claro que no es el único sector que se ha visto afectado, pero resulta irrisorio que a las quejas de los profesionales del sector se responda con ¿Y esta o esta otra profesión qué?, como si todos estuviésemos capacitados para hablar de todo. "Y a otros también, pero yo hablo de la mía" comentaba Sara Pérez entre las risas del público. Risas que escondían mucha verdad.
Felipe Forastiere siguió la velada recitando el famoso monólogo del "ser o no ser" de Hamlet, para ser interrumpido por Mariola Peña y, de una manera muy natural y casi imperceptible, pasar de un Shakespeare a otro y comenzar a recitar Romeo y Julieta. A ellos les siguieron Lean Zanardi y Laura Enrech primero y Sara Pérez y Ramón Balasch después, que integraron a la perfección canciones de WEST SIDE STORY con el texto de Shakespeare, dejando ver de manera cristalina que el musical no puede ser teatro serio, sino que ya lo es.
La velada fue una sucesión tras otra de sketches en los que se integraron canciones de musicales tan variados como THE LAST FIVE YEARS, GYPSY, HAMILTON o SOMETHING ROTTEN, un homenaje no sólo al teatro Musical, sino a los más fieles seguidores del mismo. Fue una gozada, por ejemplo, oír traducciones tan estupendas de Everything's coming up Roses o You'll be back de HAMILTON, demostrando una y otra vez a lo largo de la noche que el comentario de Laura Enrech sobre los acentos cruzados al principio del concierto tiene solución.
También brillaron con luz propia los artistas invitados. Cuando uno cuenta con invitados de tal calibre como son Solange Freyre, Ferràn Gonzalez y Julia Möller, corre el riesgo de que la guinda eclipse el pastel, pero en este caso eso por suerte no sucedió. No porque los invitados no estuvieran absolutamente maravillosos (aún tengo la lagrimilla del As if we'd never said goodbye y el vello del punta por el medley de Mar i Cel), sino porque cuando los protagonistas son tan buenos y trabajan tan bien como los de anoche, es imposible ser eclipsado por nadie. Ahora, los tres números ofrecidos por los artistas invitados fueron impecables, haciendo que uno se sintiese privilegiado solamente por compartir el espacio con ellos.
Pero por supuesto siempre hay alguien que rains on our parade, y a lo largo del concierto estuvo presente un ente que parece que amenaza todas las representaciones en vivo de este país (y otros países): Los teléfonos móviles. Hasta cuatro estridentes tonos de llamada sonaron (y alguno que no oiría) a lo largo del concierto. Por desgracia sigue habiendo gente que cree que no se puede sobrevivir teniendo el teléfono en modo avión (o apagado, ¡Qué locura!) durante 120 minutos, y que ya no solo el trabajo de la gente encima y detrás del escenario no merece su respeto, sino que tampoco lo merece el resto del público. Quizá debiéramos traer a Patti LuPone de vez en cuando a que les diese un escarmiento a unos cuantos. Por suerte, el espectáculo fue lo suficientemente potente como para que el resto se nos olvide.
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